EL BARCO DE LOS TONTOS[1]
Por Ted Kaczynski
Érase una vez el capitán y los oficiales de un barco, que estaban tan
exageradamente orgullosos de su habilidad como marinos, tan llenos de soberbia
y tan engreídos, que se volvieron locos. Pusieron rumbo al norte y navegaron
hasta encontrar icebergs y peligrosos témpanos, y aun así siguieron navegando
hacia el norte a través de aguas más y más peligrosas, sólo para tener
oportunidad de dar cada vez mayores muestras de su pericia como marineros.
A medida que el buque iba
alcanzando mayores latitudes, el descontento crecía entre los pasajeros y los
marineros. Comenzaron a reñir entre ellos y a quejarse de las condiciones en
que vivían.
-¡Que me aspen -dijo un
experimentado marinero-, si esta no es la peor travesía que he jamás hecho! La
cubierta está helada; cuando estoy de guardia, el viento corta incluso a través
de la chaqueta; cada vez que arrío el trinquete los dedos están a punto de
congelárseme. ¡Y sólo me pagan cinco miserables chelines al mes!
-¿De qué te quejas? -le
contestó una pasajera-. A mí el frío no me deja dormir por la noche. Las
mujeres en este barco no reciben tantas mantas como los hombres. ¡No es justo!
-¡Hijos de la gran chingada! -protestó un
marinero mejicano-. Yo sólo cobro la mitad que los marineros anglosajones. Se
necesita mucha comida para poder mantenerse caliente en este clima, y yo no
estoy recibiendo la parte que me corresponde; a los anglosajones les dan más. Y
lo peor de todo es que los oficiales siempre dan las órdenes en inglés en vez
de en español.
-Yo tengo más motivos para
protestar que nadie -dijo un marinero que era descendiente de indios americanos-.
Si los rostros pálidos no me hubiesen robado las tierras de mis antepasados, yo
no estaría siquiera aquí, en este barco, en medio de icebergs y ventiscas
árticas. Estaría remando en una canoa sobre la bella y plácida superficie de un
lago. Merezco una compensación. El capitán debería, por lo menos, permitirme
organizar una partidita para sacar algo de dinero.
-Ayer el primer oficial me
llamó “maricón” sólo porque chupo pollas -se quejó el contramaestre- ¡Tengo
derecho a chupar pollas sin que me insulten por ello!
-¡No sólo los humanos son maltratados
en este barco -intervino una pasajera amante de los animales, con la voz
estremecida por la indignación-, porque, la semana pasada, vi como el segundo
oficial le daba un par de puntapiés al perro del barco!
-¡Todo esto es espantoso! -exclamó frotándose
las manos uno de los pasajeros, que era catedrático-, ¡Es inmoral! ¡Es racismo,
sexismo, especismo, homofobia y explotación de la clase obrera! ¡Es
discriminación!
-¡Sí, sí! -gritaron los
pasajeros.
-¡Eso, eso! -gritaron los
marineros-. ¡Es discriminación! ¡Tenemos que exigir nuestros derechos!
-Ejem... -carraspeó el
grumete-. Todos tenéis buenas razones para quejaros. Pero me parece que lo que
realmente deberíamos hacer es lograr que el barco vire en redondo y ponga rumbo
al sur, ya que si continuamos yendo hacia el norte tarde o temprano acabaremos hundiéndonos
irremediablemente. Y entonces vuestros sueldos, vuestras mantas y vuestro
derecho a chupar pollas no os servirán de nada, porque nos ahogaremos todos.
Pero nadie le prestó atención, pues no era más que un grumete.
El capitán y los oficiales,
desde el puente en el castillo de popa, habían estado observando y escuchando.
Ahora sonreían y se lanzaban guiños entre sí. Y a una señal del capitán, el
tercer oficial bajó del castillo de popa, se acercó con calma adonde estaban
reunidos los pasajeros y los marineros y se abrió paso entre ellos. Puso una
cara muy seria y habló como sigue:
-Los oficiales hemos de
admitir que en este barco han estado sucediendo ciertas cosas inexcusables. No
nos habíamos dado cuenta de la gravedad de la situación hasta que hemos oído
vuestras quejas. Somos gente de buena voluntad y queremos ayudaros. Pero, ya
sabéis..., el capitán es bastante conservador y sigue en sus trece. Así que
puede que haya que darle un pequeño empujoncito para lograr que acepte hacer
cualquier cambio sustancial. Mi opinión personal es que si protestáis
vigorosamente -aunque siempre de forma pacífica y sin infringir ninguna de las
normas del barco- conseguiréis sacar al capitán de su inercia y forzarle a
tener en cuenta vuestras justas quejas.
Dicho esto, el tercer oficial se dirigió de vuelta al castillo de
popa. Mientras se alejaba, los pasajeros y los marineros le gritaban:
-¡Moderado! ¡Reformista! ¡Cobarde liberal! ¡Lameculos!
Pero de todos modos hicieron lo que les dijo. Se juntaron en pelotón
frente al castillo de popa, lanzaron insultos contra los oficiales, y exigieron
sus derechos:
-¡Quiero un aumento de
salario y mejores condiciones laborales!- gritó el veterano marinero.
-¡Igual número de mantas para las mujeres que
para los hombres!- chilló la pasajera.
-¡Quiero que me den las órdenes en castellano!-
exclamó el marinero mejicano.
-¡Quiero tener derecho a organizar una
partida!- clamó el marinero indio.
-¡No quiero que me llamen maricón!- vociferó
el contramaestre.
-¡No
más patadas al perro!- gritó la amante de los animales.
-¡Revolución ya!- dijo el catedrático.
El capitán y los oficiales se reunieron y pasaron unos minutos
deliberando, mientras se hacían guiños, asentían y se sonreían mutuamente.
Entonces el capitán dio unos pasos hacia el frente del castillo de popa y dando
grandes muestras de benevolencia, anunció que el sueldo del marinero veterano
sería aumentado a seis chelines mensuales; que el sueldo del marinero mejicano
sería aumentado hasta dos tercios del sueldo de un marinero anglosajón y que la
orden de arriar el trinquete le sería dada en español; que las pasajeras
recibirían una manta más; que al marinero indio se le permitiría organizar una
partida las noches de los sábados; que el contramaestre no sería llamado
maricón siempre y cuando mantuviese estrictamente en privado su afición a
chupar pollas; que el perro no recibiría puntapiés a menos que hiciese algo
realmente condenable, como por ejemplo robar comida de la cocina del barco.
Los pasajeros y los
marineros celebraron estas concesiones como una gran victoria, pero a la mañana
siguiente de nuevo se sentían insatisfechos.
-Seis
chelines al mes es una miseria, y todavía se me hielan los dedos cuando arrío
el trinquete -refunfuñó el viejo marinero.
-Aún no
recibo la misma paga que los anglosajones, ni suficiente comida para este clima
-dijo el marinero mejicano.
-Las mujeres aún no tenemos
suficientes mantas para mantenernos calientes -dijo la pasajera.
Los otros pasajeros y marineros expresaron quejas similares, y el
catedrático les incitaba.
Cuando al fin se callaron,
el grumete habló, más alto esta vez para que los demás no pudiesen ignorarle
tan fácilmente:
-Es realmente terrible que
el perro reciba patadas por robar un mendrugo de pan de la cocina; y que las
mujeres no tengan tantas mantas como los hombres; y que al marinero más
experimentado se le congelen los dedos; y no veo porqué el contramaestre no
debería chupar pollas si le gusta hacerlo. Pero, ¡mirad lo grandes que son ya
los icebergs, y cómo el viento sopla cada vez más fuerte! ¡Hemos de poner el
barco rumbo al sur, porque si seguimos yendo al norte naufragaremos y nos
ahogaremos!
-¡Oh, sí!- dijo el
contramaestre-. Es verdaderamente espantoso
que sigamos dirigiéndonos al norte. Pero, ¿por qué he de mantener en el armario
mi afición a chupar pollas? ¿Por qué han de llamarme maricón? ¿No valgo lo
mismo que cualquier otra persona?
-Navegar hacia el norte es terrible -dijo la pasajera-. Pero, ¿no ves?, esa es precisamente la razón
por la que las mujeres necesitamos más mantas para mantenernos calientes.
¡Exijo igual número de mantas para las mujeres ya!
-Es bien cierto -dijo en
catedrático-, que navegar hacia el norte está acarreándonos grandes privaciones
a todos nosotros. Pero cambiar de rumbo y dirigirnos al sur es irrealista. No
se puede dar marcha atrás a la historia. Hemos de encontrar una forma madura de
hacer frente a esta situación.
-Mirad -dijo el grumete-, si
dejamos que esos cuatro chalados del castillo de popa sigan gobernando el
barco, nos ahogaremos todos. Si lográsemos poner el barco a salvo, entonces
podríamos preocuparnos de las condiciones laborales, las mantas para las
mujeres y el derecho a chupar pollas. Pero para eso antes hemos de cambiar el
rumbo de este buque. Si algunos de nosotros nos juntásemos, hiciésemos un plan
y mostrásemos un poco de coraje, podríamos salvarnos. No haría falta que
fuésemos muchos. Seis u ocho bastarían. Podríamos asaltar el castillo de popa,
echar a esos lunáticos por la borda y dirigir la nave al sur.
-No creo en la violencia. Es
inmoral -dijo severamente el catedrático alzando la barbilla.
-El uso de la violencia es
siempre contrario a la ética -dijo el contramaestre.
-Me aterra la violencia -dijo
la pasajera.
Mientras, el capitán y los oficiales habían estado observándolo y escuchándolo
todo. A una señal del capitán, el tercer oficial bajó a cubierta. Se paseó
entre los pasajeros y los marineros, diciéndoles que aún había muchos problemas
en el barco.
-Hemos hecho grandes
progresos- dijo-, pero aún queda mucho por hacer. Las condiciones laborales del
marinero más veterano aún son duras, el marinero mejicano aún no cobra lo mismo
que los anglosajones, las mujeres todavía no reciben las mismas mantas que los
hombres, la partida que organiza el indio la noche de los sábados es una pobre
compensación por la pérdida de sus tierras, es injusto que el contramaestre
tenga que mantener en el armario su afición a chupar pollas, y el perro aún
recibe patadas algunas veces. Creo que el capitán necesita otro empujoncito.
Sería conveniente que todos vosotros hicieseis otra manifestación de protesta.
Siempre y cuando ésta sea noviolenta.
Mientras el tercer oficial caminaba de vuelta hacia la popa, le
lanzaban insultos, pero de todos modos hicieron lo que dijo y se juntaron en
frente del castillo de popa para realizar otra protesta. Despotricaron y
blandieron sus puños, e incluso tiraron al capitán un huevo podrido (el cual
esquivó hábilmente).
Tras oír sus quejas, el
capitán y los oficiales se juntaron en una reunión, durante la cual se lanzaron
continuamente guiños y sonrisas unos a otros. Después el capitán se aproximó al
borde del castillo de popa y anunció que el viejo marinero recibiría un par de
guantes para que no se le enfriaran los dedos; que el marinero mejicano
recibiría un sueldo correspondiente a las tres cuartas partes del sueldo de un
marinero anglosajón; que las mujeres recibirían otra manta más; que el marinero
indio podría organizar una partida la noche de los sábados y otra la de los
domingos; que al contramaestre se le permitiría chupar pollas en público una
vez hubiese anochecido; y que nadie daría puntapiés al perro sin antes tener el
permiso del capitán.
Los pasajeros y los
marineros quedaron encantados con esta gran victoria revolucionaria, pero a la
mañana siguiente de nuevo se sentían insatisfechos y comenzaron a refunfuñar y
a quejarse otra vez.
El grumete ya estaba harto.
-¡Malditos imbéciles!-
gritó-. ¿Es que no veis lo que el capitán y los oficiales están haciendo? Os mantienen
entretenidos con vuestras triviales protestas acerca de los sueldos, las mantas
y las patadas al perro, de modo que no penséis acerca del verdadero problema de este barco: está yendo cada vez más al norte
y nos vamos a ahogar todos. Si al menos unos pocos de vosotros recuperaseis la
cordura, nos uniríamos y asaltaríamos el castillo de popa, podríamos cambiar el
rumbo del barco y salvarnos. Pero todo lo que hacéis es gimotear a causa de ridiculeces
como las condiciones laborales, las partidas o el derecho a chupar pollas.
-¡Ridiculeces!- exclamó el
mejicano-. ¿Crees que es razonable que yo reciba sólo las tres cuartas partes
del sueldo de un marinero anglosajón? ¿Es ridículo
quejarse de eso?
-¿Cómo puedes llamar
ridiculez a mi problema?- gritó el
contramaestre-. ¡No sabes lo humillante que es que te llamen maricón!
-¡Dar patadas al perro no es
ninguna “ridiculez”!- chilló la amante de los animales-. ¡Es despiadado, cruel
e inhumano!
-Vale, está bien- respondió
el grumete-. Estos problemas no son ridiculeces. Patear al perro es cruel e
inhumano y es humillante que a uno le llamen maricón. Pero en comparación con
nuestro verdadero problema, en
comparación con el hecho de que el barco se dirige al norte, vuestros asuntos resultan
ridículos, porque si no cambiamos cuanto antes el rumbo de esta nave nos vamos
a ahogar todos.
-¡Fascista!- exclamó el
catedrático.
-¡Contrarrevolucionario!-
dijo la pasajera.
Y todos los pasajeros y marineros reaccionaron uno tras otro llamando
fascista y contrarrevolucionario al grumete. Le empujaron a un lado y volvieron
a refunfuñar y gimotear a causa de sus sueldos, de las mantas de las mujeres,
del derecho a chupar pollas y de cómo se trataba al perro. El barco siguió
navegando rumbo al norte y al poco
tiempo chocó contra un iceberg y todos se ahogaron.
[1] Traducción de “Ship of Fools” a cargo de Último
Reducto a partir del manuscrito original en inglés cedido por el autor.
Copyright del original © 1999, Theodore John Kaczynski. Copyright de la
presente traducción al español © Último Reducto, 2017.